La muerte rodaba en patineta A sus 19 años, Christian Castillo se convirtió en el cruel asesino de su ex pareja y de la madre de esta. Un skateboard

Domingo 27 de Setiembre del 2009
Lo primero que pensó el sereno al ver la caja de cartón era que se trataba de un artefacto robado. Cuatro chicos iban por la calle, al mediodía, empujando un skateboard sobre el que habían colocado el embalaje de un equipo de sonido. Imaginar que algo iba mal no era tan difícil. Descubrir lo que realmente había dentro de la caja resultaría macabro.

Los cadáveres ensangrentados de Elsa Rosillo Véliz, de 50 años, y de su hija Carmen Maura Leonardo Rosillo, de 18, formaban el horrendo contenido de la caja. Los muchachos los llevaban hacia la casa de uno de ellos, para ocultarlos hasta la noche y de ahí desaparecerlos en el río.

Los jóvenes criminales decidieron llevar la carga en la patineta porque minutos antes un taxista había decidido desembarcarlos a mitad de carrera. Al igual que al agente del serenazgo, el asunto le olió mal.

Una hora antes, madre e hija habían sido salvajemente asesinadas por Christian Fernando Castillo Díaz, de solo 19 años, y sus tres cómplices menores de edad, a quienes les había ofrecido S/.5 mil y una pistola para que lo ayudaran a ejecutar su tenebroso plan.

LA CONFUSIÓN DE LOS GRITOS
En la calle 5 de la urbanización Las Gardenias, en Campoy, en San Juan de Lurigancho, el horror por lo sucedido sigue presente en el ambiente. Los vecinos sienten una mezcla de pena, dolor e indignación.

“¿Quién podrá sacarnos de la conmoción, del trauma que hemos sufrido?”, se preguntaban en el entierro de las víctimas, el pasado miércoles, en el cementerio Campo Fe de Huachipa.

Dos días antes, el lunes 21, Elsa y Carmen fueron atacadas y asesinadas cruelmente con un martillo y un cuchillo por Christian Castillo y sus tres amigos.

Los vecinos confundieron los gritos y pedidos de auxilio con las recurrentes y acaloradas discusiones de Elsa Rosillo con la ex pareja de su hija, Christian, quien era rechazado por la familia.

Christian es un joven delgado, de apariencia inofensiva. Trabajaba repartiendo revistas y por las noches se cachueleaba como barman en una discoteca. Veintidós meses atrás había tenido un hijo con Carmen.

CONFESIÓN DE PARTE
El romance nunca le agradó a Elsa Rosillo. Ella, según cuentan los vecinos y amigos, consideraba que Christian era un pandillero y un drogadicto y que no era digno de su hija. El maltrato, el desprecio y las humillaciones se fueron acumulando en el muchacho. Y todo ese resentimiento lo llevó a asestar esa primera puñalada a Elsa, la que marcaría el fin de la vida de sus dos víctimas y el comienzo de la suya como asesino.

“Preparé el crimen un mes antes. Ese día llegué a la casa de mi [ex] suegra a fin de dejar dinero para mi hijo. Toqué la puerta y, cuando ella se volteó, mi amigo la golpeó en la cabeza con el martillo y yo la apuñalé en el cuello y espalda”, recordó.

Al escuchar los gritos, Carmen Leonardo bajó para ver lo que ocurría. Un martillazo la desnucó. Pese a que ya estaba muerta, los asesinos siguieron asestando puñaladas en su cuerpo.

¿Qué puede pasar en la mente de un ser humano para cometer una atrocidad de esta naturaleza? Para el psiquiatra Freddy Vásquez Gómez, del Instituto de Salud Mental Honorio Delgado-Hideyo Noguchi, Christian Castillo es un psicópata, egocéntrico y antisocial y, por lo tanto, agresivo, al que no le importan ni la familia ni la sociedad.

El penalista Sandro Balvín Sáenz refiere que el homicidio calificado cometido con alevosía, ventaja y premeditación se castiga hasta con la pena máxima, de acuerdo con el Código Procesal Penal, es decir 30 años.

Christian ya está recluido en el penal de Lurigancho. Solo, en su celda, tendrá que lidiar con sus propios demonios.

CLAMOR DE JUSTICIA
En el sector Señor de los Milagros del cementerio Campo Fe de Huachipa, donde fueron enterrados los restos de Elsa Rosillo y de su hija Carmen Leonardo, el luto se mezclaba con la rabia y la indignación.

José Leonardo Cruz, el esposo de Elsa y padre de Carmen, pedía una sentencia justa. “Yo le dije al criminal que estudiara, que fuera por el buen camino, pero no me escuchó. Solo pido que le impongan una sentencia justa, que le caiga todo el peso de la ley. Adoptaré a mi nieto y lo trataré como a un hijo, con todo el amor del mundo”, dijo.

Mientras los empleados del cementerio colocaban los cuerpos en las tumbas bajo tierra, el pequeño Eduardo, de 1 año y 8 meses, caminaba agarrado de la mano de una tía. La ceremonia fúnebre, como la fría tarde, terminó en silencio